(Logo tomado de www.dailyplanet.ch)

Bienvenido a Daily Planet

Hola. Si estás aquí, significa que tienes interés en leer mis narraciones, discursos, ensayos, poemas y demás composiciones. Pues bien, éste es el lugar adecuado para tales menesteres. Si quieres leer mis obras teatrales, lo siento, no están disponibles en este blog, ni lo estarán algún día. Espero disfrutes al leer mis estupideces tanto como yo lo hice al redactarlas.

La editorial de Daily Planet

jueves, 23 de agosto de 2007

Pidiendo a Dios

Este es un tema que, a decir verdad, me pareció muy interesante cuando cruzó por mi mente hace unos días. Todo el mundo sabe que la raza humana no respeta a Dios, eso es tácito. La idea es algo diferente.

¿Quién no se encomienda a Dios de vez en cuando? Nosotros -o muchos de nosotros- oramos muy a menudo, conversamos con Dios, la interminable cháchara diaria sobre nuestro día o nuestras metas en mente. A la vez, le agradecemos por los favores cumplidos y, ¿por qué no?, le ofrecemos algo a cambio; nos conviene que nos ayude y, como es de esperarse, a Él le conviene que le ayudemos. Otro punto infaltable en dicha conversación es -y ocurre porque es imposible resistirse a la tentación de hacerlo-, las peticiones del día. "Señor, te pido por la salud de mi familia", "por lograr esto", "para que mi esposa no se entere", etc. Y es que no forma parte de la naturaleza humana el ser divinamente desprendido y no pedir nada a cambio de prestarle un poco de atención a Dios.

El punto viene ahora, ¿no se nos viene a la mente y luego a la boca, acaso, después de nuestros reclamos -ya sean matinales, vespertinos o noctámbulos- el celebérrimo y ya prostituido "Pero Señor, que se haga tu voluntad"? Bien lo pensamos y bien lo decimos. Recapacitando un poco, hacía unos cuantos segundos, pedimos por nuestras intenciones y, de repente, aparecemos con que queremos que se cumpla la voluntad divina. La mayoría de veces, empero, lo que Dios quiere es el extremo opuesto de nuestras pretensiones. De esto se puede deducir, únicamente, que contrariamos los planes del Supremo. Ahora, ¿por qué lo haríamos? ¿No repetimos siempre que lo que Él hace está bien, sin importar las circunstancias? ¡Por supuesto que está bien! ¡No hay creyente con fervor mayor que el mío!

Duda no cabe al decir que Dios se desvive para lograr que nosotros vayamos por el camino moral, es decir, es nuestro Pepe Grillo. Luego, sus decretos y acciones son lo más correcto que puede existir en el Universo. Entonces, ¿por qué vamos en contra de sus ideales? Claro, claro, no queremos que nuestros seres queridos sufran -mas bien, no queremos verlos sufrir-, ni queremos desaprobar aquel curso tan odiado -se me viene a la mente Gestión Empresarial-. Lo de ganar la lotería es un tema totalmente alterno, es un simple pensamiento peregrino que se me viene a la mente una y otra vez, pero vago e inestable, después de todo. Sin embargo -y lamentablemente-, a veces, Dios tiene otros planes para estas cosas. Parece lamentable, pero es, innegablemente, lo correcto o, al menos, lo más propicio, decente o atinado. Del resto de la disertación se encarga el de arriba.

Bueno, si seguimos con la idea de que contrariamos los ideales de Dios, podemos llegar a la que dice que lo que Él tiene en mente no nos parece lo correcto. En caso de que no sea lo correcto, Dios habría, evidentemente, errado. ¿Equivocarse, Dios? ¡Imposible! Podríamos, de la misma manera, llegar a aconsejar al celestial, que sería lo mismo que confirmar su yerro. Dios en un error equivale a que Dios no es perfecto -la perfección no admite fallas o, más aplicablemente, imperfecciones- y, peor aún, si Dios se ha equivocado, entonces nosotros tenemos la razón -sobre este único punto, por supuesto-. Luego, el hombre es, en algunas cosas, más sabio, más habilidoso, mejor preparado, más creativo, ¡más moral! que el mismísimo Tucuiricui divino, que es, según las ideas previas, imperfecto.

Ahora, bajándonos de nuestra nube, nos daremos cuenta de que nuestro razonamiento es erróneo. Exacto, el virus de la falacia se ha insertado tan discretamente que no nos hemos dado cuenta del chiste ese. Pero, ¿dónde? Desde el comienzo, como era de esperarse. Tomando en cuenta lo que siempre se nos ha enseñado, Dios es perfecto, ¿cierto? Entonces, no se puede equivocar, ¿y qué? Pues bien, los que fallamos fuimos nosotros. Y fue en el punto más simple de nuestro razonamiento: en la petición. Nosotros habíamos pedido por nuestros fines egoístas -aunque parezcan, de vez en cuando, filantrópicos-. De esto, podemos concluir con que pedir para nosotros está mal, ya que estamos diciendo que la voluntad de Dios no puede estar en un error.

¿Qué hacer ahora? Muy simple, en nuestra próxima oración -y la consecuente petición-, digámosle con total certeza y humildad algo como "Señor, yo sé que sabes lo que estoy pensando -que resulta ser, para un yo muy subjetivo, lo que de verdad quiero-, pero no me hagas caso; yo quiero que se cumpla lo que tú quieres. -Es aquí donde va la conocida frase- Que se haga, sola y únicamente, tu voluntad, no la del miserable mortal que te dirige estas palabras; porque Tú puedes ahondarte en mis verdaderos pensamientos y saber qué es lo que de verdad quiero. Tú y nadie más".

Como era de esperarse, también podríamos llegar a la conclusión de que somos nosotros los que estamos en lo correcto. Somos libres de pensar lo que nos plazca, pero eso forma parte de otra disertación.

No hay comentarios: