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Hola. Si estás aquí, significa que tienes interés en leer mis narraciones, discursos, ensayos, poemas y demás composiciones. Pues bien, éste es el lugar adecuado para tales menesteres. Si quieres leer mis obras teatrales, lo siento, no están disponibles en este blog, ni lo estarán algún día. Espero disfrutes al leer mis estupideces tanto como yo lo hice al redactarlas.

La editorial de Daily Planet

domingo, 1 de julio de 2012

Sacrificios en la dialéctica de la verdad



            El conocimiento, como relación sujeto-objeto, es una pieza clave en el funcionamiento de la vida (rutina) humana como la conocemos. Cuando estudiamos, utilizamos conocimiento; así como cuando dialogamos, nos duchamos o usamos algún instrumento. Cuando al agua hirviente agregamos polvo marrón de un frasco, predecimos, con nuestro conocimiento, que se preparará café y no, papas sancochadas. Como seres humanos, estamos indefectiblemente atados al conocimiento en nuestra vida teórica y, más importantemente, en la práctica. Basamos nuestro existir en lo que sabemos del mundo.
            La pregunta es: ¿cuánto sabemos del mundo? Muy poco, ciertamente. Y de aquello que sabemos, ¿lo sabemos completamente? Para un estudiante universitario, esta pregunta resulta incluso risible. Podemos seguir con: y lo poco que conocemos –y que lo hacemos de una manera limitada–, ¿es verdad? Si nuestros conocimientos son posiblemente falsos (tomando la posibilidad como una categoría de la Lógica dialéctica), ¿por qué sustentamos nuestra vida en ellos?, ¿no hay mucho que perder, acaso? Es esta última pregunta el problema del presente ensayo. Pues sí, hay mucho que perder; mas es necesario, en cuanto somos humanos, correr el riesgo.
            Ya el cardenal Cayetano tomaba la verdad como una conformitas intelectus et rei (de lo que se prefirió cambiar “conformidad” por “correspondencia”), pero olvidó, como buen metafísico, agregar el elemento cuantificador a su idea. Justamente, la verdad es la correspondencia de nuestro conocimiento con las cosas conocidas, pero en determinada proporción (siendo infinito lo cognoscible de la realidad); y en cuanto varíe esta proporción, funciona la dialéctica de la verdad, que Besse desarrolla tan sublimemente.
            ¿Cuán verdadera es una pieza de conocimiento? Lo es absolutamente entre sus propios límites; relativamente, en la realidad completa; y es falsa fuera de ellos. Esta delimitación, por su parte, no aparece sino hasta que otra pieza de conocimiento, que hasta puede ser una teoría, se atreva a aparecer y contradecirla.
En efecto, de nada sirve conocer las leyes de la lógica dialéctica si, irónicamente, no las vamos a aplicar al conocimiento mismo. Hay, pues, en este campo también una eterna unidad y lucha de contrarios (de pensamientos contrarios, vale decir), que negándose entre sí, impulsan el desarrollo del conocimiento, a lo que bien podríamos llamar cambios cuantitativos y cualitativos.
De esta manera, el conocimiento (porque eso era en aquella época) de que la Tierra era el centro del universo fue negado por aquel de que lo era el Sol; contradicho, a su vez, por el que expresa que el Sol es tan solo el centro de nuestro sistema planetario; y ahora sabemos, además, que el universo es curvo y que se expande. ¿Puede esto ser negado en el futuro? Lo más probable es que eso vaya a ocurrir.
Para ejemplificar un poco más, partamos de la comprensión griega de la materia. Ellos decían que si partíamos un cuerpo (digamos, un terrón de azúcar), podría llegar un punto en que este no podría ser partido más; eso era un átomo. Ahora sabemos que el átomo no puede ser obtenido por medios mecánicos y que el azúcar impalpable es, más bien, partículas. Por su lado, una definición etimológica de “átomo” nos lleva a la expresión “no divisible”, lo cual es falso. En un momento se supo de los electrones, protones y neutrones; y en la actualidad se conoce los quarks e incluso existe la teoría de las cuerdas, que formarían a estos.
Esta es la dialéctica de la verdad, “una lucha entre una teoría dada, comprobada por hechos conocidos, y los hechos nuevos que ella no puede explicar”, en las palabras de Besse. Aquí ingresaría una teoría nueva que superaría (en sentido dialéctico) la anterior, al comprender conocimientos más amplios que esta. Por supuesto, siempre seguirán apareciendo nuevas teorías que promuevan un progreso tan infinito como lo es el conocimiento.
Ahora bien, en cuanto cumplan con un criterio de verdad, todas las teorías aluna vez aceptadas (la ausencia de contradicción, aunque sea, en las arcaicas), algo de verdad tienen. Esto es básico para entender el carácter progresivo del conocimiento (en espiral, si se desea).
No obstante, así como es parcialmente verdadero, todo conocimiento es también parcialmente falso (o potencialmente, por lo menos), y será objeto en algún momento de una revisión por parte de una construcción intelectual futura. Por supuesto, estamos partiendo de la premisa de que no existe una verdad absoluta.
Incluso si es potencialmente falso en parte, todo conocimiento tiene influencia real en la vida de las personas o en el ambiente. El ser humano se vale del conocimiento para transformar la realidad. Aquí se corre un riesgo. ¿Qué ocurre si la parte falsa de nuestras construcciones “falla” en dicha transformación? Sacrificios.
Los mártires del intelecto, esto es, cualquier objeto de la realidad objetiva afectado por la sección falsa del conocimiento, existen. En el plano teórico, cuando un conocimiento supera a otro, el científico es herido en su orgullo (y en su cuenta bancaria, probablemente); pero cuando esto ha sido materializado en la transformación de la realidad, la pérdida es mucho mayor. La realidad objetiva no perdona.
¿Cuántas personas han muerto con problemas renales tras un largo tratamiento “completamente inocuo” (hasta donde se sabía en ese momento) de antiinflamatorios? ¿Cuántos niños han nacido con deformaciones por el uso “perfectamente adecuado” de anticonceptivos no tan perfectos? ¿Por qué los medicamentos tienen un “tiempo de vida” en el mercado?, ¿qué ocurre con todos los afectados? Sencillo: son sacrificados en pro del conocimiento.
En la Economía, las teorías son todo menos acabadas. Un pequeño error causa una gran crisis. ¿Qué sucede cuando se entiende teóricamente adecuado hacer préstamos incluso a quienes no los pueden pagar? La población estadounidense conoce ya la respuesta. Creo que esta idea se desarrolla por sí misma.
Los errores son, sin embargo, únicamente una paralización (corta o milenaria) en el proceso del conocimiento y nos indican, cuando son descubiertos, qué otros caminos podemos seguir. Por lo tanto, de lo que es un error una pérdida, también es una ganancia. Los conocimientos no se construyen solos, exigen del científico un máximo esfuerzo, el cual incluye, como es evidente, una gran cuota de equivocación.
¿Qué queda del ser humano, entonces? Tan solo, acogerse de la certeza. Rahaim la define como “el estado de nuestro entendimiento en que nos adherimos, damos nuestro asentimiento a un extremo, entre dos, sin temor ni vacilación”. Por supuesto, esa debe ser científica, esto es, reflexionada y pensada. Como no hay verdad absoluta, la ciencia ha de valerse de la certeza del teórico en su conocimiento para seguir.
Consecuentemente, si este error se ha de dar en la práctica de la transformación de la realidad, pues que así sea; siempre y cuando no sea de manera previsible. De ninguna manera se puede aceptar sacrificios por culpa del teórico (tomando la culpa en sentido jurídico). Este habría de llevar la amargura a la tumba o habría de ser sancionado. Eso ya dependería de la comunidad científica y los gobiernos.
Los sacrificios en la dialéctica de la verdad, por lo tanto, son imprescindibles (los inevitables) para el desarrollo del conocimiento. Los teóricos están para lo que están. En ningún momento se podrá abrazar la tesis del escepticismo y, simplemente, no hacer nada al respecto. Sin ensayo-error no hay ciencia, y sin ciencia no hay progreso.