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Hola. Si estás aquí, significa que tienes interés en leer mis narraciones, discursos, ensayos, poemas y demás composiciones. Pues bien, éste es el lugar adecuado para tales menesteres. Si quieres leer mis obras teatrales, lo siento, no están disponibles en este blog, ni lo estarán algún día. Espero disfrutes al leer mis estupideces tanto como yo lo hice al redactarlas.

La editorial de Daily Planet

miércoles, 12 de diciembre de 2007

Mi encuentro cercano del tipo 47

Todos pensábamos que estábamos muy lejos de esto. Corrían rumores esporádicos por las aulas, unos silencios devastadores en los que nadie quería pensar. Paulatinamente, fueron aumentando; el mutismo nos empezó a asordar. Se acercaban cautelosamente mientras nadie los esperaba. De tanto en tanto, un iluso levantaba la mirada y no veía, ni olía, ni gustaba, pero sí lloraba. Estuvimos sentados todos en un jardín florido por demasiado tiempo; la mañana pasó, y transcurrió también la noche. Las flores se marchitaron y volvieron a brotar, algunas más hermosas, y otras, una tremenda porquería. La brisa soplaba y nosotros, sin percatarnos del clima, rodábamos una bola de nieve que nunca creció porque nunca fue invierno. Sin previo aviso, la bola de nieve se derritió, y, todos a la vez, volvimos a levantar la mirada, uno tras de otro, en fila india. El jardín ha crecido demasiado, llegó la hora de cosechar la caña de azúcar. Nadie lo quiere ni lo esperaba, mas el viento nos obliga a hacerlo. Nadie quería darse cuenta, pero déjenme decirles que el día ha llegado y es hoy.

Después de las motivadoras lágrimas de Teffy y la inmejorable comicidad de Javier, yo me había quedado sin palabras. Yo quería escribir algo como eso, pero totalmente diferente y sin nada que ver. No tenía idea de qué decir ni, menos aun, de cómo decirlo. Ella se quedó con las anécdotas del grupo, y él acaparó a los profesores; no quedaba nada ya. Era necesario pensar en algo que haya permanecido libre, inmaculado; fue entonces cuando lo pensé: nadie había hablado sobre la esencia de la promoción, ni sobre lo que está ocurriendo; cosas importantes, como sabrán, peldaños inevitables en una escalera de caracol. Que alguien abra la puerta del siguiente piso, pues, antes de que se oxiden los escalones.

¿Recuerdan el primer día de clases? Todos engominadísimos hasta las cejas y más limpios que los carros del año de los que nuestros padres, muy orgullosos de ser socios del Country, alardeaban tanto. El anexo era una nueva experiencia, y no necesariamente todos estaban felices: algunos se indignaron por el abuso de poder, y otros, más anárquicos que nunca, reclamaron con los argumentos más sustanciosos que un seis añero podría alguna vez pronunciar. Tras una entrada triunfal en la Jerusalén de Los Tilos, y una didáctica primera clase, las lágrimas se convirtieron en sonrisas y en nuevos amigos; nunca más un rato aburrido ni un momento de ocio. Recuerdos así permanecerán siempre en la memoria de cada uno y, mejor aun, en la memoria del grupo. Por mi parte, me encantaría decir lo mismo, pero no puedo, entré en sexto grado. Y, sobre todos mis fraternales compañeros que no tuvieron la suerte de ingresar desde el primer momento, tengo la plena seguridad de que sienten lo mismo que yo: los recuerdos de los demás se han ido agregando (mas no sobrescribiendo) en nuestras particulares mentes. Es diferente a lo que sucedió cuando niños: no recordábamos nada de nuestra infancia, pero, al ver las fotos y oír las historias, empezamos a creer que lo recordábamos; los demás nos crearon nuevas memorias que, aunque no fueran ciertas, mi mamá y mi papá dicen que pasaron y punto. ¡Ya es tiempo de dudar! La burbuja de la falsedad se está reventando y su sonido es el rugir del mundo. Nosotros, sin embargo, decidimos creer en el anexo, en nuestros amigos, en la “Cueva del Diablo”, en el Teatro cuyo piso se parece al de la sala de mi casa, pero en grandote. Creer nunca fue una obligación, sólo una opción por la cual decidimos, y por la que me siento muy contento.

Inevitablemente, pasaron los años y "Ahora conozco a todos los de la promo, mamá.", "¡Qué bien, hijito!". La promoción como tal fue formándose, aprendimos a contar hasta el cuarenta y siete; no teníamos idea de lo que significaba, mas lo empezamos a sentir: tenía que ver con los compañeros de clase, con los recreos, con las mamás del comité, con su inigualable eficiencia y con los sanguchitos que nos preparaban (o que mandaban a hacer, nunca lo sabré). Cada vez queríamos pasar más tiempo con nuestros amigos y menos con nuestros papás. Los padres estarían para siempre, pero a los amigos los cambiarían al Fleming o los mandarían a Lima; teníamos que estar preparados, y aprovechar todo el tiempo posible. Ahora sabemos que las familias felices son frágiles y que un taxi hasta el Fleming cuesta dos soles cincuenta porque yo nunca me subo a un micro. No obstante, no nos arrepentimos de todos nuestros momentos juntos, de nuestras alegrías ni de nuestras discrepancias. Ya no pensamos en palabra alguna, sólo en un número: 47.

Debemos pensar, a su vez, en lo que viene. Supongo que todos sabemos que una etapa está terminando, y que otra está a punto de empezar (excepto para los que ya iniciaron los cursos cero de la Yupién). Les ruego tener en cuenta lo que estamos dejando atrás: nuestros profesores, nuestros amigos, la cincuenta. ¿De verdad queremos dejarlos atrás? ¿No son ellos parte de nosotros? No tenemos por qué hacerlo. Un espacio mínimo en nuestra agenda ocupada con ocio y también estudio no nos costará demasiado; para los que están lejos, una llamada nunca duele, un mensaje de texto, no sé la Miss Mirtha, pero Fernando vive conectado en el Messenger. Nadie los está arrancando de nuestro ser, somos nosotros los que les estamos haciendo palanca, ¡muerte a Arquímedes! Dejemos de hacerlo, pues, y no olvidemos el matutino panorama del San José.

Si levantamos nuestras caras y cesamos, por un instante, de observar cómo no pueden retroceder las manecillas de plata de nuestros relojes, nos daremos cuenta de que estamos rodeados de personas admirables, gente fuera de nuestros grupos que nos desea lo mejor, que también está preocupada por lo que le deparan el destino y la libreta. ¿Qué tan difícil nos puede resultar recapacitar un poco al respecto? Fue muy duro para mí. Yo solía decir que la unificación no valía la pena, que ya nada sería igual. Predicaba que nos reencontraríamos cuarentones ya, y que nos reuniríamos con nuestras familias como perfectos desconocidos para hablar de política; no tendríamos muchos temas de conversación en común y nos limitaríamos a tomarnos un tecito importado de no-sé-dónde-lo-que-importa-es-que-me-costó-caro. Sin embargo, tras la excéntrica visita de esa pareja de psicólogos New Age con dejo improvisadamente venezolano, pude abrir los ojos. El colegio termina, mas la cuarenta y siete sigue en pie; no somos nosotros los que nos quedamos sin el colegio, es el San José el que se queda sin nosotros. Seguiremos vivos como una unidad, sin importar lo que pase, estaremos ahí para apoyarnos mutuamente, como hermanos que, lamentablemente, no somos; y crucificaremos al antipromo al que se le ocurra levantar la mano.

Si es que les pido algo es que nunca dejen de buscar la felicidad, no importa qué la motive, pero no cesen su búsqueda. Más bien, díganme, ¿qué es la felicidad? ¿No es acaso un conjunto de alegrías? Y ahora, ¿cuántos momentos alegres hemos compartido como promoción? Muchísimos, sin duda alguna. Déjenme decirles, entonces, que ya hemos encontrado una felicidad, se llama “nosotros”. No han transcurrido tantos años en vano. ¿Se dieron cuenta de que ya encontramos algo? Me dirán que también hemos pasado por momentos desagradables, mas eso también forma parte de la felicidad; la felicidad no es perfecta, por eso es tan bella, ¡apreciémosla! Yo les agradezco por todo esto y les prometo que nunca me olvidaré de ustedes y que los seguiré queriendo, espero que sea recíproco. Toda esta vida ha sido y seguirá siendo nuestro encuentro cercano del tipo cuarenta y siete. Les deseo lo mejor y, otra vez, muchas gracias. (Ya pueden aplaudir)