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Hola. Si estás aquí, significa que tienes interés en leer mis narraciones, discursos, ensayos, poemas y demás composiciones. Pues bien, éste es el lugar adecuado para tales menesteres. Si quieres leer mis obras teatrales, lo siento, no están disponibles en este blog, ni lo estarán algún día. Espero disfrutes al leer mis estupideces tanto como yo lo hice al redactarlas.

La editorial de Daily Planet

lunes, 19 de julio de 2010

La utopía del nos

 

Hoy desperté del sueño para descubrir que seguía en coma. “De cómo un día puede ser revelador y los improperios digeridos” iba a ser el título de este texto. Terminé no decidiéndome por algo tan inapropiadamente largo y amenazador, deseo que alguien vea esto, después de todo. Nadie lo hará. Y si lo hace, no lo habrá hecho. Hoy no puedo leerme, he abierto los ojos, pero aún conservo los párpados avergonzados. “Lo único constante es el cambio”, dicen dos ratones inescrupulosos y dos personitas incompetentes; pues, ¡al diablo con ellos! Es hora del descubrimiento: ¡el arcoíris no existe!

Estas últimas palabras pueden ser tan literales como metafóricas, yo las tomo hasta el hartazgo en un plato de sopa de letras –fría, por supuesto, en pleno invierno sin calefacción–, donde la “w” sólo cabe en el váter y en los hombres de ascendencia europea o, peor aun, en los váteres europeos. Estoy hastiado del hastío, ¿por qué me siento tan carente hasta de mis vacíos? Cómo la naturaleza es hueca, y la ciencia en nuestras mentes, cual barril de agua estancada, nos terminará consumiendo; me pregunto incesantemente. En la melancolía, sí, y también, en la desesperación. ¿Qué revelación? La de hoy, por supuesto, que ha estado desde el inicio, pero nadie deseó nunca notar su siempre. Nadie, excepto Hoy, el único hombre sobre la tierra que verdaderamente vive. Porque quien piensa tampoco existe, y sólo existe el que no piensa: el que vivirá por siempre. ¿Quién soy yo? ¿Hoy, acaso? No, yo no soy más que Ayer de Mañana; y ninguno de los dos vivirá para contarlo, como el arcoíris.

Antes soñaba con un mundo sin personas, sin animales. Un mundo que trabajase perfectamente, que sopesase días con noches sintácticamente hablando, o escribiendo. Lo que quedaría cuando yo dejase de inexistir. Porque nunca lo hice y jamás escribí esto. Mi utopía, sin sol ni luna, pero con “sol” saliente y “luna” creciente. (“Si me quedo, ¿qué me das?”. Lo siento, querido, para eso tienes que haber estado aquí). Un paraíso de ideas, una fortaleza informática, un santuario del saber y del ignorar, mas no, del ser. Cuando yo no esté, ni tú estés, ni él, ni ella, ni nosotros, ni ustedes, ni ellos; y sólo queden yo, tú, él, ella, nosotros, ustedes y ellos en su ángulo más pronominal; ¿qué habrá sino ideas en papel y paraísos del pasado? Un domo sin los que crearon a sus habitantes, sin los que encabezaron sus protestas, sin los que bailaron sus danzas, sin los que rompieron sus vidrios y sin los vidrios rotos. Sólo palabras, discursos, conciertos, fórmulas; en una naturaleza sin lectores, oyentes, espectadores e ingenieros. Ésa es mi utopía: todas las vidas transcurridas para que, al final, no haya servido de nada. Un mundo donde el arcoíris tiene los nombres de sus colores escritos en tinta negra.

Éste ha sido el día más largo de mi camino: ha durado más de diecinueve años; y, cuando acabe mi vida, seguirá sin mí. Y continuará conmigo, en tierras, en plantas, en animales y personas; pero no serán yo, sino, nosotros. ¿Es eso durar para siempre? ¿Es pasar del “yo” al “nos” la vida eterna? Ellos no pensarán como yo por estar yo en ellos; por lo tanto, no existiré en sus seres. ¿Dónde estaré, entonces? ¿En los libros? ¿Y qué pasará si yo no escribo nunca algo o si no soy un héroe o un gran empresario? ¿Qué pasará si yo no supero mi animalidad? Nada, en realidad, porque algún día se cansarán de leerme, de admirarme o de ignorarme; y pasarán todos a desconocerme rotundamente. En estas épocas (aún Hoy) en las que nadie se toma la molestia de recordar a Perséfone ni a Deméter, ¿existe el invierno? Estamos condenados a que el mundo siga sin nosotros, pero continuamos convencidos de que podremos sobrevivir en la base de datos de la humanidad, que se actualiza y formatea paulatinamente, eliminando lo añejo para salvaguardar lo novedoso. La utopía del nos es la de sobrevivir. Pues no, nunca lo haremos.

¿Y quién probará que existimos si nadie nos recordará y nuestra información habrá sido eliminada? Si ni nosotros existiremos, ¿cómo sabremos que existimos? ¿Quién tendrá conciencia del nos? Es ineludible el paso del Hoy, con pisadas estruendosas sobre nuestro volátil ser. Una vez más, estamos sujetos al recuerdo –¿y cuando nos olviden los que nos recuerdan?–.

Es en un día eterno como Hoy que la RAE no tiene como oficial la palabra “arcoíris”. Y es, vale saber, cuando la palabra deja de existir que el concepto muere. Así pasamos del occiso “arcoíris” al aceptado “iris” –y quién sabe qué más–, como del yo al él y al nadie. Nuestros caminos buscan originar marcas en las rutas ajenas, pero las suyas también serán desviadas. ¿Para qué molestarnos, si ni siquiera lo vamos a recordar?